miércoles, marzo 25, 2009

Los sin nombre

El camino fue largo y duro, diría que más duro que otros años. Y no siempre los resultados fueron óptimos, ni siquiera los esperados. Pero bien, aquí estoy. Y orgullosa de ello. Parecía que nunca llegaría este momento. Pero al fin y al cabo siempre llega. Con o sin ayuda. Pero no del mismo modo.
Hacer las cosas por una misma, por supuesto, tiene su gracia. Es una proeza. Sin embargo tiene tanta magia, o mas, cuando algunas manos te dan un empujón secreto, un pequeño aliento. Y descubres que, a veces, las cosas no tienen que ser tan difíciles ni tienes que comertelas con patatas, tú solita.
Hubiese sido capaz sola, pero no de la misma gustosa forma, sin vosotros, que no teneis nombre. Que no sois amigos, ni amantes, ni amores, ni familia, pero lo sois todo, que siempre teneis la solución a los grandes problemas (los míos). Que no sois dueños ni pedís explicaciones. Que no os decepcionais, sino que os indignais por la injusticia cuando algo sale mal. Que creeis en mis posibilidades porque apreciais las mismas. Y respetais los momentos de silencio y encierro como algo sagrado.
Hubiera llegado igual, pero no de la misma manera.
Un trípode. Al par de dos coinqulini y al amor pasado que siempre está presente, graciñas.

jueves, marzo 05, 2009

Ejemplo de entereza o una mujer de la Ría

Tal vez debí escribir esto hace tiempo, hace más o menos un mes. Pero supongo que ahora que a la abajo-firmante le flaquean las fuerzas porque, tal vez no todo (o tal vez nada) está saliendo como debiera como esperaba, me doy cuenta de la importancia de la la fuerza ante la adversidad.
A ella le sobran fuerzas y ganas. Y se merecería much más que unas palabras sueltas con mas bien poca arte. Pero ahora se me ocurre que es una bonita forma de acariciarla en el anonimato.

Nació la hermana pequeña de una familia de nada menos que cinco hermanos. A veces, rastreando las fotos de la infancia de mi padre la veo con mirada desafiante y una minifalda, la cual más bien desafiaba a mi abuelo que nunca se anduvo con muchas tonterías. Des conozco si, como mi padre acudió a algunos años de escuela primeria y luego... luego nada, como mi padre y sus otros hermanos, se buscó la vida. Por aquel entonces a las familias de la Ria no les quedaban muchas alternativas. Los hombres hacían carrera de marineros y las mujeres se ibana destrozarse la espalda a la consevera. Ese fue el caso de mi tía.
Y se casó, como no, con un marinero. En mal día, porque este no era precisamente el modelo de hombre que cualquiera puede desear para su hija o para sí mismo. No recuerdo verlo sobrio muchas veces y desconozco si le levantaba la mano a mi tía, al igual que no sabría decir si el dinero que ingresaba a la familia superaba al que se gastaba en el bar. Aunque sospecho que más bien lo contrario.
Su primer hijo, mi primo Juan, resultó padecer una enfermedad degenerativa, una distrofia muscular. Poco a poco mi primo pasó de andar a usar muletas y poco despues a una silla de ruedas. A una edad que casi no recuerdo. Pero yo nunca la oí quejarse, ni lamentarse. Ni ponerse triste. Siguió adeante con todo.
Su segundo hijo, mi primo Cristian, resultó padecer Autismo en un grado bastante importante, es decir, con un alto componente de retraso mental, gran agresividad, incapacidad para la articulación de palabra. Etcétera. Pero mi tía, aunque flaqueba por momentos, llena de moratones y reparando hasta el infinito las puertas de la casa que evitaban que Cristian derribase a Juan de la silla de ruedas, nunca dijo que no pudiese más. Ni un solo psiquiatra. Ni psicólogo. Ni trankimazin. Ni nada.
Tubo una tercera hija. Mi prima Marta. Que es lista como un ajo y dice que quiere ser médico, como su prima. Y que podrá ser lo que quiera, probablemente.
Y cuando parecía que todo acabaría ahí, que mi tía era una número uno, que ya poco le quedaba por venir... tubo un cáncer de mama. ¿Y qué pasó? Que se compró una peluca y un sujetador de relleno y siguió tirando de toda la familia con su calma y su alegría. Con toda su fuerza. Con sus bromas (la única capaz de hacer reir a mi hermano!). Y lo superó. Y se curó.
El mes pasado murió mi primo Juan, a los 29 años, que con la enfermedad que padecía es casi un logro. Y por primera vez en mi vida vi a mi tía llorando. Pero hasta eso lo hacía con resignación, con una calma propia de las personas que están acostumbradas a luchar y a no derrumbarse.
Ella es atea. Nunca creyó en Dios, en que alguien la ayudaría ni en que su resignación sería pagada al final del camino. Fue simplemente fuerte. Y guardó sus lágrimas para la privacidad. O al menos yo nunca la vi derrumbarse.
Por eso hoy, que parecía que el fin del día no llegaría nunca, me he acordado de ella. Y ahora intentaré imitar toda su entereza y llegar a la noche con las ganas del mañana.