jueves, septiembre 01, 2011

El lutier

Fue la hija de Don Álvaro la que me hizo llamar a través de uno de sus niños. La escuela quedaba al lado del consultorio y a menudo las ocupadas madres pedían a sus hijos que me diesen los recados. Yo solía desesperarme a menudo puesto que esto suponía un montón de inconcreciones y, mucha sveces, papeles garabateados por alguien que a penas sabía escribir. La casa en cuestión no quedaba lejos y era una buena mañana, el fango estaba casi sólido sólo debía cruzar un par de ríos así que decidí ir a pie sin esperar mular o medio de transporte alguno.
La hija de don Álvaro estaba embarazada la primera vez que llegué a San Pedro y había dado a luz durante mi estancia en Quito ayudada, como no, por la matrona del pueblo. Una señora que había ayudado a nacer a la mayoría de la gente del lugar y que, por supuesto, gozaba de mucha mejor consideración que yo. Pero esa es otra historia.
Es por eso que me cargué de paracetamol de posología pediátrica y lo básico para la atención. probablemnte el pequeño tendría fiebre.
Al llegar, para mi sorpresa, la señora me condujo a través de la choza hasta una habitación oscuro. Allí estaba Don Álvaro, muy compungido. no sé si por el enorme dolor que estaba sufriendo o por aquello que debía enseñarme.
Pidió a su hija que saliese y me enseñó una enorme verruga ulcerada. Intenté hacerle una cura como pude y él no articuló palabra, sólo un gruñido de dolor absoluto sin mención alguna a los burdeles que Don Álvaro habría recorrido. Le expliqué que no podía hacer mucho y le pedí que viniese por el subcentro al día siguiente. Y me fui, tan concentrada en la lesión que no pensé ni unmomento en el patente dolor del pobre hombre. Lo olvidé.
A la mañana siguiente, casi de una oreja, su hija lo trajo a la consulta. Decía que quería pagar no sé qué deudas porque el dolor iba a matarlo. Entonces me di cuenta de mi error. Volví a curarle la herida y le dí analgesia.
Al día siguiente Don Álvaro venía sólo. Y el siguiente. Y cada día hablaba un poco más. Así fue como supe que ,cuando más joven, había sido lutier. Me explico que no todas las maderas sirven para hacer instrumentos, que hay maderas hembra y maderas macho, y son las primeras, las más finas, las que tienen menos nudos, las que deben ser usadas para que un instrumento suene bien. Me explicó que el peso de la madera hacía que esta sonase mejor o peor, que sirviese para un instrumento u otro.. era un maldito genio... pero aquello no era Europa. Y Don Álvaro vivía allí, en su choza de cañas, ignorado por occidente.
Pensé en hacérselo saber pero probablemente se hubiese encogido de hombros: demasiado tarde ara un viejo lutier.